1.- Todo conocimiento procede de los sentidos. Pero a los sentidos le llegan cantidad de sensaciones. Y a su vez, sabemos que no le llegan todas las que puede enviarle la realidad sensible porque siempre podemos aumentarlas, incluso mediante instrumentos.
De este modo podríamos decir que, si llamamos ‘A’ a la
realidad que podemos conocer, a su conocimiento podemos llamarle ‘B’. Evidente
no se puede establecer que A es igual a B, porque B no abarca toda la riqueza de
datos que A nos puede transferir. De modo que podríamos entender que B se queda
corta, porque surge de la selección de sensaciones que nuestra capacidad recoge
de A. Sin embargo, no faltan los que confunden B con A, y se piensa que puede
darse aquella igualdad. Pero evidentemente no es así, porque el hombre sigue
investigando y conociendo nuevos aspectos de la realidad.
Pero hay más, ¿las sensaciones recogidas son especialmente
significativas de A, nos transmiten un conocimiento suficiente, sólido, de A?
Esas sensaciones parece que forman una unidad, hasta el punto
de que conocemos ‘un’ algo real pero, ¿esa unidad es obra nuestra o se da así fuera
de nuestra mente?
Kant llamaba noúmeno a la realidad y fenómeno a lo que de
ella sentimos. Y nuestro conocimiento era posible porque aplicábamos formas a
priori de nuestra mente a los fenómenos. Por tanto, pone una barrera infranqueable
entre noúmeno y fenómeno. Pero, continuando en nuestra exposición, si bien
parece que tenemos formas a priori para conocer, que son los conceptos u objetos,
según la terminología moderna, está claro que conocemos aspectos ‘de’ la
realidad, y por tanto conocemos realidad y cada vez más, aunque no lleguemos a
poseerla completamente.
El límite de la abstracción
2. ¿Cómo reducimos a unidad nuestras sensaciones? Hemos
adelantado que tenemos la capacidad de ‘formalizarlas’, de reducir, de aunar,
los datos que nos llegan de fuera y encontrarles una significación. Esta
formalidad podría ser comparada con el molde de un panadero, que recoge un
trozo de masa y con él, mediante un relleno determinado, hace algo que llamamos
empanadilla. El relleno puede ser uno u otro, el tamaño del recorte puede
representar diversas figuras, pero al resultado le doy un nombre: empanada gallega.
Ese es un concepto que todo el mundo entiende. Es una reducción de múltiples
cosas, pero que termina por tener una identidad y ser conocida por todos.
3. Si todos nuestros conceptos han seguido el mismo camino en
su formación, nos damos cuenta de que conocer la realidad y manipularla es una
manera de reducirla, de limitarla. Eso sucede especialmente en la acción
práctica, como hemos visto con la empanadilla. Y también, por ejemplo, al
proyectar una casa o fabricar una medicina. Ocurre porque utilizamos
procedimientos auxiliares tan simplificadores como pueden ser las matemáticas.
4. A la operación de conocer conceptos se le ha llamado
‘abstracción’. Y a sus resultados se le
han dado dos usos por parte de nuestra mente: los ‘generalizamos’ y luego aplicamos a casos
que procuramos que sean muy concretos y muy reales, aunque nunca podrán serlo.
Es lo que ocurre con las películas, novelas, ejemplos científicos, entrenamientos
militares o prácticas de cualquier tipo, en el que simulan situaciones reales.
Realismo e idealismo
Pero también podemos pretender aplicar nuestros conocimientos
a la realidad mediante la capacidad ‘racional’. Así son las pruebas
científicas, como las que se realizan con animales para ver si se pueden
trasvasar a los hombres. Y en este intento siempre hay como una lucha, una
‘pugna’, entre lo conocido y lo real. Se trata de devolver lo conocido a lo
real, de donde proviene. Utilizamos para ello, según Aristóteles, tres operaciones
racionales: concepto, juicio y raciocinio.
5. Algunos filósofos del s. XIV no aceptaron la abstracción.
Para Scoto las ideas están ahí, aparecen como la imágen de alguna cosa en un espejo.
Esa imagen refleja la cosa, pero no profundiza en ella. Occam irá más lejos y
las llamará ficciones, ideas que tenemos en la mente en lugar de la realidad y
a las que dotamos de un nombre, para poder entendernos. Ese es un mundo
‘ideal’, nos dice, pero el mundo físico lo conocemos mediante la ‘intuición’. Ahora
bien, ¿qué es intuir las cosas materiales? Es una afirmación no explicada.
De este modo se supone que por un lado va el pensamiento y por otra parte la actuación práctica. En la práctica podemos pretender llevar a cabo ideas, y algunas pueden ser toleradas por la realidad, incluso empleando la fuerza. Pero otras son difícilmente digeribles, e incluso la ciencia puede indicarnos los porqués, como ocurre, hoy día, con la aplicación de la teoría antropológica de género, con la que se quiere entender y gobernar al ser humano.
Saber más
6. Volvamos a la abstracción y avancemos: si hemos llegado ‘a
darnos cuenta’ de cómo se obtiene el concepto, quiere decir que hemos logrado ‘conocer
cómo conocemos’, que es un segundo conocimiento no abstractivo y superior a él:
no necesita ni de las sensaciones ni de las operaciones que siguen a la
abstracción, razón y generalización. Siguiendo la tradición aristotélica, a
este nuevo conocimiento se le ha llamado habitual, porque se le adjudica al ‘hábito’.
Aristóteles estudia diversos tipos de hábitos. Uno primero es
el ‘adquirido’, y puede ser propio del intelecto o de la voluntad. Los primeros
se adquieren pronto: por ejemplo, vemos donde hay una farmacia y podemos ir a
ella más tarde. Los hábitos tienen su propia memoria, distinta a la memoria
sensible, ejercen el acto y guardan su contenido. Los hábitos de la voluntad,
por su parte, han de repetirse para que el
cuerpo los acepte como suyos. Por eso se llaman ‘virtudes’, aludiendo a esa
fuerza que hay que aplicar para usarlos.
El hábito nos insinúa que nuestro conocimiento puede crecer,
puede progresar. Según Polo, esta capacidad de crecer la descubrimos constantemente
en el ser humano y le llama carácter de ‘además’, porque siempre podemos llegar
a más.
Hemos visto que este progreso puede realizarse de diversas
maneras: la primera, ampliando nuestras sensaciones; la segunda, reduciendo las
que han llegado hasta nosotros y formando como hatos, o gavillas, que son los
conceptos; tercero, nos hemos dado cuenta de que poseemos hábitos en el modo de
actuar, porque hay un conocimiento habitual superior. Pero el crecimiento
continúa.
Intelecto agente
7. De modo que nunca diremos que A es igual a B, aunque está
claro que B procede de A, y todo lo que contiene proviene de ella. Ahora bien,
¿cómo es posible que todo esto ocurra? ¿cómo es que se progresa?
Se puede contestar que, del mismo modo que en el mundo físico
existe la luz que hace posible distinguir unas cosas de otras, de modo similar
en el conocimiento hay una luz que permite distinguir las sensaciones y formar
conceptos. O, mejor, diremos que él mismo es esa luz. Aristóteles le llamó
‘intelecto agente’: la luz que hace posible la abstracción y el conocimiento de
lo abstraído. Y le llamó ‘agente’, porque la posibilidad de conocer las
sensaciones de continuo, porque por algo se le llama agente, en acto.
Saber que el intelecto es acto supuso en la antigüedad que
habría otro acto en la realidad, distinto pero en correspondencia con él, como
suponía Parménides. Este pensamiento logró dar estabilidad y sosiego a la
cultura: porque hay acto hay también conceptos, ‘verdades’, y a partir de ellas
normas, justicia, y se podía actuar socialmente con seguridad. Al desajuste evidente
entre estos actos, respondió Aristóteles con su teoría del acto y la potencia.
Además
8. Podemos proseguir descubriendo nuevos aspectos del
carácter de además del hombre. Vamos subiendo de nivel, hasta que lleguemos al
ser, a la ‘trascendencia’. La razón no trasciende, deduce. Pero los hábitos adquiridos
supusieron un nuevo modo interior de actuar, y encontraremos nuevos hábitos si
examinemos el intelecto agente.
Habría que decir que, si bien el intelecto agente está en
acto, no siempre está todo él actuando en cada acto. Lo hace mediante ‘actos
del acto’, a los que Polo llama -de nuevo llevado por la tradición
aristotélico-tomista-, ‘hábitos innatos’, porque esta radicados en el propio
intelecto agente. A través de ellos actúa. Y así, al hábito que ilumina el
entendimiento posible le llama ‘sindéresis’, que se hace presente tanto al inteligir
la realidad como al actuar sobre ella mediante la voluntad.
Otro hábito superior es el de los ‘primeros principios reales’,
distinto del hábito de los primeros principios de la lógica: identidad,
contradicción y causalidad. Aquellos nos hacen distinguir los ‘actos reales’ de
los imaginarios o de los meramente ideales. Existen: el mundo, el hombre y el origen
de toda existencia, al que los antiguos llamaban Dios y hoy se quiere llamar
materia. Pero hay una diferencia y es que la materia es potencial, según lo que
se ha entendido por materia, aunque ahora se le adquiere adjudicar una
existencia propia. Pero de ese modo se asimila a Dios, y aún habría que
adjudicarle atributos divinos como una capacidad de conocer prodigiosa, la
libertad. Lo cual es, al menos, confuso.
Y hay un último hábito nombrado imprecisamente por
Aristóteles y Tomás de Aquino, al que éste llama superior, y es el ‘hábito de
sabiduría’. Polo piensa que con él se detecta a aquellos seres, tan distintos de
todos los demás, que llamamos ‘personas’, porque poseen los siguientes
atributos: entender, coexistir, ser libres, amar. De lo cual se deduce que la
persona existe para convivir con otras, porque se pueden comunicar y establecer
una colaboración en el trabajo que les llevará con facilidad y rapidez a conseguir
el bien común.
Quién es el hombre
9. En la historia del pensamiento los filósofos se han
planteado qué es, o quién es el hombre. Descartes fue el primero en hacerse la
pregunta y a partir de él no se ha cesado de repetir. Los autores caen o en la
vertiente del individualismo o en la del socialismo, no acaban de afinar cual
es el sitio del ser humano.
Según Leonardo Polo, el hombre es persona, es decir, existe
como persona, un ser único, con iniciativa porque cada persona es un ‘novum’,
capaz de aportar novedad a la convivencia social.
Y el siguiente paso: ¿por qué y para qué posee esa existencia?
Sus padres le han dado el cuerpo pero, ¿y el ser persona? En su intimidad
recibe la respuesta: ser esta persona es un don, que se le ha dado de modo singular,
único. Y eso solo puede hacerlo quien es el Ser Subsistente, El que es. Además,
se puede añadir que es un don dado con generosidad, libremente y con amor, porque
va acompañado de muchos otros dones: su familia, el mundo, y además puede preguntar
y recibir respuesta de Dios: puede
entender que existir para él significa ‘ser llamado’ a la vida, de modo que
podemos preguntar a quien nos lo da, el sentido en el que hemos de dirigir todos
esos dones, porque solo él es quién únicamente puede saberlo, porque de él
procede todo. Por tanto, el comienzo de una vida consciente es la oración.
Personas
Y podemos inquirir qué tipo de ser es Dios, teniendo en
cuenta que ha de ser más que nosotros, del cual procedemos. Ha de ser persona y
si toda persona convive con otras, también
él será pluripersonal. Si no lo fuera, sería autárquico, solitario,
dictatorial, porque la convivencia con lo creado no le inspiraría, por ser obra
suya, inferior a él. Pero no, él es Origen
-padre significa origen-, y hay quien puede entenderle y amarle, y secundarle
en todas sus obras, la persona del Hijo, y sabemos que reinará entre ellos un
ambiente de entendimiento, amable, generoso, que reforzará una tercera persona,
según nos ha sido revelado. La creación es buena y solo puede ser entendida como
efusión de su ser, una participación querida, libre, de su ser, como también
intuían los antiguos.
Aristóteles y Tomás de Aquino habían señalado las acciones
humanas debían ser ordenadas a un fin para no ser caóticas. El último fin daría
la felicidad. Detrás de ese fin y de esa felicidad estaría Dios.
Pero, según Polo, no es de nosotros de quienes ha de depender
la organización de nuestra vida, porque es Dios quien nos ha llamado a ocupar
un puesto del que se derivan unas tareas. Hemos de comprenderlas y asumirlas
libremente, pero se trata de que siempre estemos pendientes del querer de Dios,
que nos lo inspira a través de la oración. De ese modo, más que depender de un
fin dependemos de un destino y de caminar bajo la vista y la protección de un Destinatario,
que nos espera al final de la tarea.
10. Si por el hábito de sabiduría nos damos cuenta de la
diferencia y características de cada persona, nuestro entendimiento puede advertir
la diferencia y el quehacer de cada persona divina. Porque si cada persona es
relativa a otras, está claro que en el Origen, y por serlo, se ha de dar todo
ello en un grado superior. El Ser del Origen ha de un tener carácter personal y
ser una pluralidad de personas. Debe ser dialogante, inteligente y amable. Porque
junto al Origen, al que se puede llamar Padre, que significa precisamente
padre, ha de haber un Hijo, engendrado y de su misma naturaleza, que le
comprenda y secunde en un clima amable y estimulante que proceda de su relación
íntima. La revelación habla del Espíritu santo. En ese ambiente de superación y
alegría tendrá lugar toda actividad divina y toda la actividad humana derivada.
Teología filosófica
11. Vemos que desde el punto 9, nos hemos acercado mucho a la
teología católica. ¿La exposición ha sido filosófica o teológica? Esta
convergencia no tiene por qué parecer extraña entre saberes que buscan la
realidad de las cosas mediante su verdad. Pero la exposición que hemos hecho nunca
ha tenido saltos o se ha apoyado en las
sagradas escrituras o en la doctrina de la Iglesia. Puede llamar la atención esa
cercanía, pero ya Tomás de Aquino apuntaba que la filosofía era ancilla
theologiae, que un pensar ordenado preparaba la comprensión de lo revelado. En muchos casos las filosofías se han apartado
de la fe católica y en otros se han acercado. No parece extraño, repetimos, si
ambas buscan la verdad.
Leonardo Polo ha desarrollado temas planteados por la
tradición. Si solo lo comparamos con Tomás de Aquino, ha avanzado notablemente
en la comprensión del acto de ser, en la distinción esencia-existencia, en los
hábitos adquiridos e innatos, examina la intimidad de la persona, el sentido de
su vida y la investigación de las personas divinas, incluso en la encarnación y
la vida futura. Y todo ello siguiendo un hilo coherente de pensamiento. Es más
bien un motivo de felicitación el que filosofía y teología puedan ayudar a
cualquier persona que acuda a una de ellas, a tener un pensamiento atractivo, no
contradictorio, sobre el sentido de la vida humana, personal y social, y el
conocimiento de Dios y de la vida futura.
12. A modo de conclusión: sólo a partir del límite de nuestro
conocimiento logramos trascender, llevados por el intelecto agente e inspirados
por el Origen, a él mismo como Destino de nuestra vida. De modo que existimos
para vivir una vida plena, que solo puede consistir en participar, por
invitación, en la comunidad de las Personas divinas.
Francisco Molina
Agosto 2022
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