Anámnesis del origen, 2007


(Publicado en la revista on line Miscelánea Poliana, leonardopolo.net, (ISSN 1699-2849), 2007, n. 13)

Beginning with our conscience, J. Ratzinger tries to get to the bottom of the truth of he
creative origin in an anamnesis. What is more, Leornardo Polo arrives at the same
conclusion through transcendental antropology, in his study of understanding the
human self. The synderesis applies to reason, nature, this outcome.


A partir de la conciencia, J. Ratzinger cree encontrar el inicio de la verdad del ser creado en una anámnesis. También Leonardo Polo llega a una conclusión parecida en su antropología trascendental, al estudiar el entenderse íntimo del hombre. La sindéresis aplicará a la naturaleza, mediante la razón, sus resultados.

Siendo J. Ratzinger cardenal, dictó una conferencia que ha sido recogida como capítulo en dos
libros publicados en castellano1 . Ambos capítulos se titulan de la misma forma: CONCIENCIA Y
VERDAD. La conciencia es la norma próxima de moralidad y el hombre debe seguirla. Y sin embargo la conciencia puede errar. Por eso el autor quiere investigar el origen de la verdad
que la inspira, porque lo de menos es que la conciencia pueda errar, lo que más importa es si
se puede salir del error y de qué manera. Se trata de ver si se puede mantener la confianza en
la verdad. En este artículo, sin embargo, nos centraremos en lo que podríamos llamar “el hallazgo de la verdad primordial”. Dejaremos para otro momento la investigación sobre la
conciencia. El subjetivismo, el primer enemigo de una verdad válida para siempre, puede presentarse bajo diversas formas. Ratzinger cuenta como se encontró en la vida real por dos veces con afirmaciones subjetivas. He aquí, con sus propias palabras, la primera: “Una vez, un colega más anciano, muy interesado en la situación del ser cristiano en nuestro tiempo, opinaba en una discusión que había que dar gracias a Dios por haber concedido a tantos hombres la posibilidad de ser no creyentes en buena conciencia. Si se les hubiera abierto los ojos y se hubieran hecho creyentes, no habrían sido capaces, en un mundo como el nuestro, de llevar el peso de la fe y sus deberes morales. Sin embargo, y puesto que recorren un camino diferente en buena conciencia, pueden igualmente alcanzar la salvación”2.

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1 Este capítulo ha sido publicado en dos obras diferentes: La Iglesia. Una comunidad siempre en camino, Ed.
San Pablo, Madrid 1992, 2 edición, traducción de Eloy Requena Calvo de la edición italiana publicada en Milán en 1991. El capítulo sobre la conciencia es el último, el número 6. En el Preámbulo del libro el propio autor afirma que el texto corresponde a una conferencia que dictó en dos ocasiones, la primera en Dallas (USA) y la segunda en Siena. No indica la fecha de ninguna de ellas, pero sí las de todas las que le acompañan en la edición, que corresponden al año 1990. Tampoco sabemos si hubo una previa edición alemana. En el artículo citaremos esta edición.
La segunda obra en la que fue publicada se titula Ser cristiano en la era neopagana, Ed. Encuentro, Madrid 1995. El texto difiere alguna vez del anterior, aunque sobre todo en estilo. No se cita al traductor, aunque se indica que la edición y las introducciones se deben a José Luís Restán. En esta ocasión, la conferencia mantiene el mismo título y ocupa el capítulo 2. En la Introducción al capítulo se dice que fue publicada en 30 D (revista 30 Días) en 1991, sin indicar el mes.


2 Ser cristiano, 31.


Comenta Ratzinger que lo primero que le extrañó fue la afirmación de que Dios se valiese de una estratagema para salvar a los hombres. La gracia que les otorgaba consistía en hacerles permanecer con la mente velada, para que la fe y la verdad no estorbasen en ellos el proceso salvífico. Del mismo modo, según este planteamiento, la alegría y el optimismo provendrían de los gozos de los bienes de este mundo y de la despreocupación ante los temas morales, mientras que la fe y la consideración de las verdades solo traerían consigo problemas y preocupaciones. A Ratzinger le parecía que aquella opinión de su compañero desfiguraba la verdadera naturaleza de la fe y de la felicidad.

Del mismo modo presentaba la salvación de forma arbitraria, lo mismo que la respuesta del hombre a Dios. El juicio filosófico que a Ratzinger le merece nos parece sumamente interesante: “La conciencia no es –en este caso- la apertura del hombre hacia el fundamento de su ser”3. Es decir, el ser no es la fuente de la verdad, ni la verdad la de la conciencia. La segunda anécdota abunda sobre lo mismo. En otra reunión informal con dos colegas de universidad, uno de ellos afirmó que los nazis de la SS, y personajes históricos similares, realizaron acciones horrorosas llevados, quizás, por una firme conciencia errónea, por lo que podrían ser personas inocentes a los ojos de Dios, e incluso estar disfrutando en el paraíso.
Esto le pareció a Ratzinger demasiado. No por el hecho de que pudieran estar ahora gozando del paraíso, si es que se arrepintieron de sus faltas movidos por la gracia, sino precisamente porque la conciencia errónea les había hecho inocentes. Es cierto que, con buena voluntad, una conciencia errónea puede disculpar una conducta, pero no por mucho tiempo. No puede durar porque la verdad, que procede del fondo del ser, aflora, aparece de alguna manera, aunque sea por indicios. Nos cuenta que acudió a la Sagrada Escritura y encontró lo que buscaba en la Carta de san Pablo a los Romanos, capítulo 2, versículos 14-16: en los corazones de todos los hombres, judíos y gentiles, está grabada una misma ley que aparece en ellos y aclara la verdad de sus acciones. La conciencia puede errar, pero también puede rectificar, porque Dios quiere que sea la verdad la conductora de las conductas. Ella hace hombres libres y felices.

En resumen, ambas anécdotas rechazan por sí solas el subjetivismo. Del lado opuesto, del objetivismo, no dice nada Ratzinger. Más que la verdad objetiva, parece que lo que le interesa es encontrar el origen de la verdad. Cita, como suele ser habitual, a Sócrates y a Jesucristo, puesto que ambos defendieron la verdad hasta la muerte. Aunque la diferencia entre estas dos personas es enorme, ya los primeros cristianos vieron en Sócrates a un antecesor de Jesucristo.

Un tema afín a los anteriores es la relación que puede existir entre verdad y autoridad. Parece que la búsqueda de la verdad exige libertad e independencia de criterio. Pero, entonces, ¿cómo pueden ser compatible con la obediencia y sujeción a una autoridad? Esta vez Ratzinger acude a una anécdota tomada de la historia, a la respuesta que el cardenal Newman dirigió
a Glastone, duque de Norfolk. El que fue primer ministro de su Majestad había manifestado que la obediencia de los católicos a Roma era signo de una permanente inmadurez. En uno de los párrafos de la carta que Newman le dirigió se encuentra el famoso ejemplo del brindis.

Escribía lo siguiente: “Si yo tuviera que llevar la religión a un brindis después de la comida –lo que no es muy oportuno hacer- desde luego brindaría por el Papa. Pero antes por la conciencia, y después por el Papa”4 . Ratzinger aprovecha la anécdota para subrayar que el lazo que une la conciencia a la autoridad, según el pensamiento de Newman, no es otro que la
3 Ibíd. 33. 4 Ibíd. 38.

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