Recta razón y sindéresis, 1999


          (Comunicación presentada en la Reunión filosófica celebrada en la Universidad de Navarra el  
           año 1999, sobre el tema “La filosofía práctica” de Aristóteles)


Al comienzo de la Ética a Nicómaco Aristóteles llama la atención sobre dos características de toda acción humana: primera, que busca un fin; segunda, busca también el modo de conseguirlo, lo cual presenta "tantas diferencias y desviaciones", que parece ser cosa más de convención que de naturaleza1. Hallar lo que conviene pertenece a la razón, por lo que "actuar de acuerdo con la recta razón” es comunmente aceptado2.

Denominar «recta» a la razón parece indicar que puede encontrar el camino más corto para llegar a un fin, aún en medio de las diferencias y desviaciones que se presentan en la práctica3. Lo puede conseguir hallando el término medio. Pero, a su vez, la constancia para alcanzarlo pertenece a un hábito, el de prudencia. Por tanto, será "un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquello por lo que decidiría el hombre prudente". Y lo describe diciendo que "es un medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto, y también por no alcanzar, en un caso, y sobrepasar, en otro, lo necesario en las pasiones y acciones, mientras que la virtud encuentra y elige el término medio". Y aclara, que "la virtud es un término medio, pero, con respecto a lo mejor y al bien, es un extremo"4.

La regla de oro para encontrar ese término medio consiste en ser, por la prudencia, moderados. "Esto, sin duda, es difícil, y especialmente en los casos particulares, pues no es fácil especificar cómo, con quiénes, por qué motivos y por cuánto tiempo debe uno irritarse; pues nosotros mismos alabamos a los que se quedan cortos y decimos que son apacibles, y otras a los que se irritan y les llamamos viriles". Sin embargo, las mismas críticas manifiestan que lo realizado está próximo al término medio, porque "no es censurado el que se desvía del bien un poco, tanto por exceso como por defecto, pero sí lo es el que se desvía mucho"5.

Algunos casos son más complicados, como el de la justicia que sólo tiene un defecto, la injusticia. Pero la razón encuentra también aquí la solución: está "el término medio entre cometer injusticia y padecerla"6. Más adelante, en el mismo texto parece añadir con orgullo: "no permitimos que nos mande un hombre, sino la razón". Por eso, quien usa de ella merece que se reconozca su honor y dignidad7.

     Los hábitos de la recta razón

El término medio se ha de buscar de entre las circunstancias existentes. Pero no mandan únicamente las circunstancias, según el Estagirita hay que atender también a 2 ciertos principios, tanto universales como particulares: "Cuando se trata de acciones, los principios universales tienen una aplicación más amplia, pero los particulares son más verdaderos, porque las acciones se refieren a lo particular y es con esto con lo que hay que estar de acuerdo"8.

Lo particular es más verdadero si nos atenemos a la realidad de lo inmediato y a la eficacia que se pueda conseguir, pero los principios son los que relacionan los actos con la verdad.

En el libro VI de la ética nicomaquea, Aristóteles afronta los principios que hacen realmente recta a la razón práctica. El objeto del intelecto o razón, tanto teórica como práctica, ha de ser la verdad9. De ella se ocupan cinco virtudes intelectuales: ciencia, arte, intelecto, sabiduría y prudencia. Las tres primeras buscan cierta exactitud, por lo que sólo las dos últimas, sabiduría y prudencia, pueden adoptar una actitud moderada en sus conclusiones.

La sabiduría es superior porque atiende a los principios más altos. "El sabio no solo debe conocer lo que sigue de los principios sino también poseer la verdad sobre los principios"10. Atiende a lo que es "lo más honorable por naturaleza". Pero, a pesar de ello, personas sabias, como Anaxágoras o Tales, "son llamados sabios, no prudentes, y se dice que saben cosas grandes, admirables, difíciles y divinas, pero inútiles, porque no buscan los bienes humanos"11.

La prudencia participa de la sabiduría -"se deben tener ambos conocimientos, teóricos y prácticos"- pero es, sobre todo, práctica: "es capaz de poner la mira razonablemente en lo práctico y mejor para el hombre"12. Y pone un ejemplo, puestos a comer carne, sólo quien distingue la de ave entre las demás, es el que puede seguir el régimen alimenticio más suave.

     El hábito de sindéresis

Los errores y excesos de la razón práctica motivaron que filósofos cristianos indagasen mejor acerca de sus principios. La recta razón y su término medio necesitaban un anclaje más firme. Tomás de Aquino es un buen exponente del esfuerzo sostenido durante varios siglos. En su Comentario a la Ética a Nicómaco reconoce que el conocimiento de los principios depende de los cinco hábitos apuntados, y añade que reciben su iluminación del intelecto agente13.

Reconoce el papel de la prudencia en la elección de la conducta próxima a seguir14, pero señala con fuerza su dependencia de la sabiduría "porque posee los primeros principios de los entes"15. Y, más adelante: "Y porque versa sobre lo que en sí y absolutamente son tales (esto es, de los primeros entes), es necesario que se refiera a todo, porque lo mismo que el sabio lo es acerca de todo, así la sabiduría lo es respecto de todo"16. Por eso, "es necesario que haya una sola sabiduría". A ella le corresponde considerar lo que es común a todos los entes y, en concreto, "lo que es mejor para el
hombre"17.

La continuidad entre sabiduría y prudencia la establece la sindéresis, un hábito intelectual desconocido para Aristóteles. La sindéresis es un «mirar» -según su etimología-, como de águila, superior a cuanto ve la razón, o desea la concupiscencia o la ira18.

Tomás de Aquino entiende que también la sindéresis recibe la luz del intelecto agente, como había dicho de los cinco primeros hábitos o virtudes aristotélicas. La sindéresis es un hábito intelectual como ellos, pero práctico, seguro, flexible, que recorre todos los vericuetos de la conducta práctica del hombre a fin de hacerla coherente con sus principios.

     Más allá de la sindéresis

Muy recientemente, Leonardo Polo ha proseguido este tema, por lo que nos vemos obligados a reflejar su posición aunque sea breve y provisionalmente. Así como el ser del universo es advertido como persistir, una vez abandonado el conocimiento objetivo, al ser de la persona humana podría denominársele con el adverbio además. 

Además indica muy bien el carácter activo y creciente de su libertad, de su intelecto y su capacidad donal. Todos estos aspectos son trascendentales, convertibles con su ser. 

     Un ser abierto a los demás y, por tanto, llamado a coexistir con ellos.

La persona volcada hacia su esencia, es decir, hacia su cuerpo y hacia el universo en el que se halla, puede llamarse yo. Esta dedicación del yo es habitual, y el hábito correspondiente, innato, personal, se llama sindéresis. El yo referido a la potencia intelectual puede denominarse ver-yo, y hacia la potencia volitiva, querer-yo. La razón prolonga ese ver-yo, asistida especialmente por los principios de ley natural que, como ya afirmaba Tomás de Aquino, guarda la sindéresis. Estos principios, como tales, se suele decir que no son directamente conocidos por nosotros. La sindéresis los proyecta
sobre la razón y es ella la que los da a conocer pero de forma aplicada, no los expone en sí mismos. Por eso su presentación puede ser variable. 

De este modo se ha de decir que los principios de ley natural, a pesar de su nombre, no son de la naturaleza, como si fuesen a explicarnos su constitución formal y así, de modo determinista, nos facilitasen el operar. No son como la lectura del código genético, que nos fuese a solucionar el comportamiento que hemos de tener en la vida. No. Los principios no son de la naturaleza sino de su obrar, por eso no están en ella sino en la sindéresis. ¿Y en qué consisten o cuál es su contenido? Lo que contempla el hábito de sabiduría que, según Polo, conoce los actos personales y la relación que se deben entre ellos. Precisamente por ser varios, y estar abiertos unos a otros, cada acto de ser personal hay que entenderlo como co-existente, como coser. 

La persona coexiste con Dios, con otros hombres, y también con el universo. Pues bien, esa debida relación entre los actos es el tema del hábito de sabiduría, del que depende el de sindéresis. Respecto a la voluntad, la sindéresis constituye su primer acto como querer-yo. Este querer convierte a la razón en práctica, por lo que aquellas verdades que en su función teórica adquirió y las ve, por algún motivo, convenientes para el cuerpo, la cultura, o el espíritu, las ofrece como bienes al querer. Por su parte la voluntad se dirige a esos bienes, pero no en cuanto conocidos sino en cuanto existentes en la realidad. Eso sí, orientada por lo que de ellos le ha podido informar la razón. Así es como actuamos, en la vida corriente, llevados por la publicidad, por ejemplo. De este modo la voluntad completa a la razón que, respecto de la realidad, se queda corta, porque solo la conoce aspectualmente. La voluntad quiere la realidad, y de este modo cumple mejor su servicio a la persona que, según hemos dicho, coexiste con actos de ser, no con ideas.

Aristóteles y Tomás de Aquino, ponían en contacto la prudencia con la sabiduría, y la llamaban sabiduría práctica. Más bien habría que decir, después de todo lo expuesto, que la prudencia depende de la sindéresis.

     Conclusión

Nos parece entrever que Tomás de Aquino pretendía, y antes de él muchos otros autores, elevar el obrar humano a un nivel superior, trascendental, que es el propio del último fin. Al haber ampliado Leonardo Polo el campo de lo trascendental, el cometido que entonces se hacía descansar sobre un hábito, hay que entenderlo de la persona, de toda la persona, de su ser trascendental y de sus trascendentales: la luz intelectual o intelecto agente, su amar donal, su libertad.

El hábito de sindéresis, hábito innato, personal, es la consideración de la persona actuante en su esencia y, a través de ella, en su cuerpo, en el universo. Es el yo veo y quiero que consigue que su mundo, su vida ordinaria, sea expresión del impulso trascendental de la persona, es decir, que todo su obrar participe de sus conquistas más altas. A un nivel inferior, el hábito de prudencia prolonga la sindéresis. La prudencia será la que guíe y rectifique las decisiones de la razón práctica, avalada por
los actos precedentes que la irán enriqueciendo como hábito.


Francisco Molina Pérez
Doctor en Filosofía


NOTAS

1 Aunque lo dice al tratar de “las cosas nobles y justas que son objeto de la política”, podría ampliarse a toda la acción práctica. Et. Nic. I, 1094 b 15-17.

2 Et.. Nic. II, 1103 b, 34-35

3 Lo que supone que lo recto se convierte en correcto o corregido, como apunta F. Incierte en El reto del relativismo lógico, Rialp, 1973.

4 Et. Nic. II, 1106 b, 36-38 y 1107 a, 1-5.

5 Ibid., II, 1109 b, 14-20.

6 Ibid., V, 1133 b, 28-30.

7 Ibid., V, 1134 a, 35-36.

8 Ibid., II, 1106 b, 31-34.

9 Ibid., 1139 a y b, passim

10 Ibid., VI, 1141 a, 18-20.

11 Ibid., VI, 1141 b, 3-9.

12 Ibid., VI, 1141 b, 13-14 y 19-22.

13 Accipitur autem his intellectus non pro ipsa intellectiva potentia, sed pro habito quodam quo homo ex virtute luminis intellectus agentis naturaliter cognoscit principia indemostrabilia. In Et. Nic., VI, 5, n. 1179.

14 Quia igitur prudentia est ratio active, oportet quod prudens habeat utramque notitiam, scilicet et
universalium et particularium; vel si alteram contingat ipsum habere, magis debet hanc, scilicet notitiam particularium, quae sunt propinquiora operationi. In Et. Nic., VI, 6, n. 1194. Id quod est prudens oportet quod sit alterum apud diversos, propter hoc, quod prudential dicitur secundum proportionem et habitudinem ad aliquid. Ibid., n. 1187.

15 Unde manifestum est, quod sicut ille qui est sapiens in aliquot artificio est certissimus in illa arte, ita illa quae est sapientia simpliciter est certissima inter omnes sciencias, in quantum scilicet attingit ad prima principia entium, quae secundum se sunt notissima. Ibid.I, 5, n. 1181.

16 Et quia sapientita est de his quae in se et absolute sunt talia (est enim de primis entibus), oportet ab
ómnibus dici, quod idem sit quos est sapiens in omnibus, et quos sit eadem sapientia simpliciter respectu omnium. Ibid.., VI, 6, n. 1187.

17 Oportet autem esse unam solam sapientiam, quia ad eam pertinet considerare que sunt communia omnibus entibus. Sapientia autem circa ea quae sunt homine meliora. Ibid., VI, 6, nn. 1188 y 1191.

18 De esta manera interpreta s. Jerónimo las cuatro figuras de Ezequiel 1, 10: el águila, el hombre, el toro y el león. Su glosa dio origen, a lo largo de los siglos XII y XIII, al desarrollo del tratado sobre la sindéresis. Vid. O. Lottin, Psychologie et morale au XII et XIII siècles, J. Duculot ed., Gembloux (Belgique), t. II, 1948, 103-149. La cita de san Jerónimo se encuentra al principio.