(Intervención en una mesa redonda sobre Biótica, organizada por el Instituto Leonardo Polo, de Málaga en el año 2007. La reseña fue publicada en la revista on line, Miscelánea Poliana,
leonardopolo.net, (ISSN 1699-2849), ese mismo año).
Quiero remontarme a 1970, fecha en la que el oncólogo holandés, afincado en USA, Von Raelanders Potter, utiliza por primera vez, según parece, el nombre de bioética. Era un médico que procuraba estar al tanto de los hallazgos científicos y de aplicarlos cuanto antes a los enfermos. Pero se encontraba con un problema añadido: los inconvenientes que le presentaban las personas con las que debía tratar: colegas, los mismos enfermos, sus familiares, los directivos del hospital. Cada uno mostraba sus razones, sus intereses, sus preferencias. Buscó el modo de ponerse de acuerdo con ellos y a este tipo de opiniones las entendió como éticas. Y, con el deseo de aunar criterios y pautas a seguir, escribió dos libros con la palabra recién inventada: “Bioética, la ciencia de la supervivencia”, y “Bioética, un puente hacia el futuro”.
¿Por qué llamó bioética a este conjunto de problemas? Por bio, explica él, quería aludir a la ciencia en general, y sobre todo a las ciencias que estudian la vida. Por ética, las valoraciones humanas que suelen aparecer al aplicarlas.
En primer lugar, no parece que a esas discusiones se las deba llamar éticas, aunque así lo hiciera Potter. Más bien, habría que llamarlas ‘prácticas’, porque se trataba simplemente de discutir las opiniones de modo que estuvieses de acuerdo el equipo médico a la hora de tomar una decisión. Me voy a referir a dos nociones, la de verdad y la de bien, para intentar explicarme mejor.
Verdad o verdades, son aquellos conocimientos que se adquieren a partir de una realidad. Así es como construimos las ciencias. Estas verdades son siempre limitadas, y por eso la ciencia debe avanzar continuamente. La realidad parece inagotable. El hombre que la investiga, también.
Tradicionalmente se ha pensado que la inteligencia nutría a la voluntad de verdades para que ella eligiera la que fuera más conveniente. Pero, ¿qué aporta la voluntad? ¿Cómo pasa una verdad a ser un bien? Un ejemplo nos puede ayudar. Una persona necesita comprarse unos zapatos. En la tienda hay decenas de zapatos, de todo tipo. Unos destacan por una característica y otros por otra. Pero esa persona, guiada por su inteligencia práctica, busca zapatos fuertes para la lluvia. Por tanto, su atención se fija en los que les parecen más apropiados, hasta quedarse con unos en concreto.
¿Qué le ha llevado a elegir? El hecho de que tenía previsto un fin y buscaba el medio para conseguirlo. Esto es precisamente lo que hace que una verdad sea un bien. La verdad es especulativa, teórica, fría, indiferente, podríamos decir. Proporciona conocimiento. El bien no es una verdad, sino la realidad a la que la verdad alude. No se quiere, según el ejemplo utilizado, una idea de zapato de lluvia. La idea no preserva del agua. Se quieren unos zapatos reales para la lluvia. Este es un interés eminentemente práctico, no es teórico, aunque la teoría le informe de los zapatos reales que se pueden encontrar. Pero quiere zapatos. Las necesidades son reales y se quieren medios reales para satisfacerlas.
De este modo, me parece que queda clara la diferencia entre la ciencia de cualquier tipo y la utilización de esa ciencia para fines prácticos, en este caso médicos, para curar enfermedades. Esta segunda consideración nos introduce en un mundo distinto. ¿Más humano? En todo caso, redundantemente humano. En eso llevaba razón Potter. Pero no al llamar éticas a las consideraciones de tipo meramente práctico.
¿Por qué? Porque la ética tiene su origen no en los fines inmediatos, sino en el último. El fin último es Dios. Dios es una realidad grandiosa que puede estudiarse desde la filosofía, como han hecho diversos filósofos a lo largo de la Historia: desde Platón y Aristóteles, hasta Descartes, Spinoza, Kant o Hegel, por ir a algunos más conocidos. La ética puede ser una ciencia, el conocimiento de cómo las acciones humanas pueden estar de acuerdo con el querer de Dios. Pero también es un comportamiento práctico: consiste en realizar las acciones inmediatas teniendo en cuenta el último fin. En este sentido, Potter se quedaba corto. Efectivamente, todos los asuntos humanos deben tener una proyección ética, pero ésta es muy superior a la estrictamente práctica. Es una proyección de más alto alcance, que supone una visión global de la vida, hasta entrar en el más allá.
Según esto, los comités que propugnaba Potter en los hospitales deberían contar, para completar la visión de una actuación, con la presencia de un ético, o de un moralista (los moralistas, en principio, asumen la ética y la ponen en conexión con la fe y la teología). O bien, lo cual sería más deseable, los mismos médicos, enfermos, parientes, dirigentes de hospital, etc., deberían ser personas versadas en la ética o, mejor aún, personas éticas, que actuaran éticamente.
Potter pretendía crear una ciencia para fijar unos criterios objetivos que pudieran ser aceptados por todos los que han de opinar y así se facilitasen los acuerdos. Se han fijado tres a tener en cuenta: 1) la benevolencia del médico; 2) la autonomía del enfermo; 3) la justicia, que alude a los gastos del hospital, las listas de espera, las necesidades de los enfermos, etc. Pero, a estos principios habría que añadir un cuarto, imprescindible: el respeto a la dignidad del hombre, de todo hombre, no sólo del enfermo sino también la dignidad de los médicos, de los cirujanos, de las enfermeras, la de los jefes de hospital y, en fin, la de todos cuantos deban intervenir. Esta dignidad se puede suponer en esos tres puntos pero no está explicitada, hay que añadirla. Incluso habría que sumarle el destino último del hombre, que también puede entenderse incluido en la dignidad, pero puede que no sea así.
Para construir la ciencia bioética también se han propuesto otros tres criterios: 1) el utilitario y pragmático; 2) el contractual; 3) aquel que se sigue de los principios. Nos parece que deberían ser integrados en los anteriores.
De todas maneras, hay otra dificultad para crear una Bioética única, y es la siguiente: que previamente hay que aclarar en qué consiste la ciencia ética. El asunto no es sencillo porque, en realidad, la ética no es una ciencia autónoma, sino que depende de la Antropología y, ella a su vez, de una teoría del conocimiento. Así, el problema se amplía un poco más. Hay muchas filosofías en torno a todo esto. Algunos autores procuran, como Potter, ser sincretistas, tomar de acá y de allá, pero así no es fácil contentar a todos. El problema es, como siempre, buscar a fondo la verdad y el bien.
En este sentido, personalmente, soy optimista. En el Instituto Leonardo Polo coincidimos una serie de amigos que trabajamos teniendo en cuenta la aportación filosófica de este filósofo. Su filosofía abarca una teoría de las ciencias en general -físicas, biológicas, etc-, las ciencias humanas, la antropología, la teoría del conocimiento, todo ello perfectamente conectado y esclarecido. Personalmente me ocupo de la ética, y debo decir que su punto de partida y sus puntos de llegada son verdaderamente admirables y provechosos.
Francisco Molina
Doctor en Filosofía
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