viernes, 16 de septiembre de 2016

CONCIENCIA Y DESTINO

(Publicado en Autotrascendimiento. Homenaje al catedrático de filosofía D. Ignacio Falgueras Salinas, por su jubilación. Servicio de publicaciones de la Universidad de Málaga. 2010, 313-328)


La interpretación del destino que puede hacerse a partir de la vida de Sócrates, nos parece un punto de partida sencillo y directo para el estudio de la conciencia, del error de conciencia y de la corrección del error mediante el hábito de sindéresis. 

The interpretation of the destiny that there realizes from Sócrates's life, looks like to us a simple and direct point of item to continue with the examination of the conscience, of the mistake of the conscience and of the alteration of the mistake by means of the habit of sindéresis.   


Tomaremos como punto de partida dos trabajos del prof. Ignacio Falgueras Salinas. Uno de ellos es el capítulo cuarto de su libro Hombre y destino, titulado la “Unidad del hombre”. El otro, el artículo “Destino, responsabilidad y ética”, publicado en la Revista La ciudad de Dios[1].

En el primero de ellos, Falgueras trata de “las vinculaciones naturales”. Un vínculo es una relación entre diversos, que comporta una cierta cordura, atadura, estabilidad. Hablamos de unión para referirnos al lazo existente entre el alma y el cuerpo. Pero Falgueras prefiere hablar de vinculación, porque de esta manera, sin que la noción pierda el sentido de unión, pierde el matiz de fusión, de unificación. El término lo emplea para referirse, en primer lugar, a la vinculación entre el alma y el cuerpo, tema que ocupa el primer apartado de ese cuarto capítulo; de la vinculación entre el hombre y el mundo, que desarrolla en el segundo, y la del hombre con los demás hombres, en el tercero. El cuarto está dedicado a “la vinculación destinal”, que abarca la orientación de todas las vinculaciones anteriores hacia el fin o destino. Este apartado es el que especialmente nos va a interesar, aunque hemos de referirnos también al primero.

Qué es el destino

Pero, para responder a esta pregunta, dirigimos la atención hacia el artículo “Destino, responsabilidad y ética” publicado en La ciudad de Dios. En él leemos que el destino es “una ultimidad distinta del fundamento”, que solo pertenece al hombre, y que fue descubierto como tal por Sócrates. Desde los primeros filósofos, se entiende por fundamento o arjé, el fondo real del que se originan los seres, cada uno dotado de su estructura propia. Un principio cuyo estudio dio origen a la metafísica. Cuando nombramos el término destino, nos referimos a otro principio diametralmente opuesto al fundamento, porque se ocupa de “lo último”, del fin al que se ordenan, o deben ordenarse, todas las cosas. La mayoría de las criaturas obran según las inclinaciones de su naturaleza. Por tanto, las causas de sus movimientos son anteriores a ellos, e incluso los contienen, de alguna manera[2]. También el hombre obra según su naturaleza, que es previa a la acción. Pero, al ser  una vinculación de alma y cuerpo, consta de libertad, un ingrediente clave que le abre a un destino indeterminado. La libertad puede cambiar el actuar. Por eso, al ser su naturaleza tan distinta a la del resto de las criaturas, su estudio habrá de ser también diferente, tanto cuando deba prestar atención a los fines que se proponga, como cuanto al método como deberá emplear para estudiar la complejidad que lleva consigo. Deberá hacerse cargo de todo esto una antropología.  
       
         Platón nos cuenta, en su Apología de Sócrates, de qué modo su maestro se dio cuenta de la realidad del destino. Querofonte se había atrevido a preguntar a Apolo, en el templo de Delfos, si había algún hombre más sabio que Sócrates, y la pitonisa había respondido de parte del dios, que no. Sócrates quedó perplejo cuando se enteró, por una doble razón: primera, porque pensaba que la divinidad no se podía equivocar y, segunda, porque tenía conciencia de que él no podía ser el hombre más sabio de todos porque ignoraba muchas cosas. ¿Cómo compaginar ambas convicciones? Llegó a la conclusión de que aquella respuesta solo podía significar que el oráculo le invitaba a dedicarse al saber. Saberlo todo es propio de los dioses, a él le correspondería avanzar en el conocimiento aunque nunca llegase al final. Falgueras interpreta así el razonamiento de  Sócrates: “lo sabido no satura el saber, el sentido de la verdad no queda agotado por nuestros hallazgos, sino que ha de ser buscado incesantemente”. O, dicho de otra manera: “la verdad no está en el pasado, esto es, en lo sabido, sino en el futuro… el saber humano es inacabable”. Si esta interpretación es correcta, Sócrates se abre, libremente, a causa de la llamada, a un futuro inagotable. El que sea inagotable no le supone un fracaso, sino una tarea continua hacia la plenitud, que es el único modo como el hombre puede participar de ella. Según Falgueras, esta “a mi juicio ha sido la grandiosa aportación de Sócrates a la historia”.

Incluso cuando es condenado a muerte, Sócrates reflexiona buscando la conducta que debe adoptar, pero no hacia su pasado, como sucedía en las tragedias, sino hacia adelante. No busca su conveniencia sino la ejemplaridad de conducta que pueda servir de criterio a los jóvenes: se debe obedecer a la autoridad. Otro asunto es que acertara completamente en su decisión[3].

Las  distintas vinculaciones del hombre

Volviendo al último capítulo de Hombre y destino, el autor nos hace ver que la vinculación destinal del hombre supone una elevación de su ser. Toda realidad asumida, asimilada, incluso los alimentos, le incrementa de alguna manera. Especialmente, la búsqueda y el encuentro de verdades supondrá una mejora de su ser y de sus actuaciones. Ser creado es mucho, pero ser llamado a superarse, es más. Si esto es así, podemos afirmar con Falgueras que lo potencial en el hombre es superior a su acto[4].    

Los medievales lo sospecharon pero lo refirieron a las facultades humanas, inteligencia y voluntad. Pero este enfoque no es suficiente, porque se puede plantear al nivel de la persona. Su ser es un acto, tal acto, pero hemos dicho que potencialmente puede ser más. “Por estar destinado a lo irrestricto, siempre es más lo que puede ser el hombre que lo que es”[5]. Falgueras advierte, una vez más, la diferencia entre metafísica y antropología. En metafísica la potencia está siempre sometida al acto, pero en antropología no: la llamada destinal no restringe al hombre a unas posibilidades previstas, sino que le abre a un ámbito de máxima amplitud.  

Por la misma razón hemos de separar los trascendentales metafísicos de los personales. En metafísica, el referente es el ser. En antropología,  la libertad. Y al ser ella quien responde a la llamada del destino, es la que llama a intervenir a los trascendentales entender y amar. De ahí que el ajuste entre los trascendentales sea variable. No hay reglas, no hay orden fijo, acabado, único, definitivo. En una palabra, en el hombre no hay identidad, sino que crece irrestrictamente, en el orden espiritual. La identidad solo es propia de Dios[6].

Aristóteles afirmaba que la unión de alma y cuerpo era hilemórfica. Materia y forma constituían unidad y, en el caso del hombre, la forma sería el alma. Pero ya vimos como, según Falgueras, no parece que se pueda considerar la unión cuerpo-alma como una simple unión hilemórfica. Si el alma es tan distinta del cuerpo no podemos considerarla simplemente su forma corporal, organizadora de su organismo. Parece, más bien, que actúe sobre el cuerpo “a la manera de la forma”, pero siendo superior a ella. Falgueras entiende que alma y cuerpo están “vinculados”. El alma va convirtiendo más humano al cuerpo, más apto para las funciones que ha de pedirle su racionalidad. El alma cumple esta misión superformalizadora y el aprendizaje es largo. “El alma es conocimiento, no causa, pero es principio de la vida del cuerpo; el cuerpo es concausalidad física, que implica información, no conocimiento, pero está regido desde el conocimiento”[7].     

Precisamente de esta manera el espíritu ilumina el mundo, recogiendo las impresiones de los sentidos y, mediante la abstracción, convirtiéndolas en objetos, necesarios para la vida práctica. No es que la abstracción sea el modo más alto de conocimiento humano. Tampoco cuando la acumulación de objetos puede darnos la impresión de progreso en el conocimiento. Pero hacen al mundo más apto para cubrir las  necesidades del hombre y sus gustos. Por eso, al mundo físico transformado se le puede llamar mundo humano. “El mundo humano es, según su naturaleza, un peculiar mundo dentro del mundo”[8]. Y en esta ordenación las personas entran en contacto, además, con otros hombres. Cada uno de ellos es una novedad que puede aportar -y se espera que lo haga-, iniciativas e invenciones que mejoren el mundo y la convivencia. También los puede empeorar, claro está, pero con ello no queda desmentida su capacidad de innovación. Al conjunto de realidades y posibilidades que ofrece este mundo humano le llamamos cultura.

Pero la llamada del destino es superior a las necesidades naturales que el hombre puede cubrir de esa manera. La vinculación con el destino supera, trasciende, da sentido a los planteamientos humanos. De esta manera el alma sustrae al cuerpo de la sumisión a los instintos, e incluso de la causa final del universo, y lo supedita mediante la razón al destino. Esta acción del alma podemos llamarla espiritual. Falgueras llama espíritu a esta versión del alma hacia el destino[9]. De este modo, el hombre se autotrasciende y llega a una convivencia -un ser-con-, con quién es sede de todo destino por ser el Destino en persona, persona divina[10].  

Ética y moral

“Sócrates es el iniciador de la ética como regulación responsable de la conducta humana ante el destino”, afirma Falgueras. Pero prestemos atención a la distinción entre ética y moral que en su artículo Destino, responsabilidad y ética nos propone. Viene a llamar ética a aquella actividad que el hombre realiza desde “la verdad como futuro destinal humano”. La moral, por el contrario, surge más bien de la costumbre, de la experiencia del pasado junto a otros hombres. Tiene, por tanto, un origen colectivo, porque es fruto de la convivencia humana, aunque tenga siempre a alguien que se alce en portavoz de su contenido. Suelen abundar las admoniciones acerca de seguridades y peligros que ofrece la vida, o determinadas conductas, que quedan plasmadas en normas o en leyes. La moral mira hacia atrás, hacia lo experimentado. Por eso, si solo contásemos con ella, quedaríamos desasistidos de un criterio de actuación ante lo nuevo. La ética se lanza hacia delante, en busca del destino con afán innovador, creativo. Pero, aunque distintas, nos parece que ética y moral deben complementarse, sirviendo la segunda como experiencia que ayude a la libertad que marcha hacia el futuro.    

Falgueras escribe que “para que la respuesta a la llamada destinal sea aceptable o esté a su altura, el hombre tiene que hacerla pasar por su actividad expresiva espíritu-corporal”, es decir, por la cultura. “Hacer pasar por el cuerpo toda la vida del espíritu, esa es la insoslayable exigencia destinal del hombre elevado”[11].  

En este sentido nos dice Leonardo Polo que “la ética es necesaria para enderezar el tiempo humano hacia el fin; lo que no mira al destino del hombre no es íntegramente moral”[12]. Suele decir también que la ética nos hace aprovechar el tiempo, no perderlo. Para ello hay que ejercitar la libertad, de modo que este quehacer sobre el mundo y el ambiente producido en la convivencia humana, vaya convirtiendo el entorno en un lugar agradable, útil, donde vivir.    

“La historia es distinta del fundamento y del destino”[13], es el tiempo que media entre uno y otro, entre el inicio y el fin. El hombre ejerce su operatividad en el tiempo. La historia no tiene culminación, pero el hombre sí. Va a su encuentro al aprovechar el tiempo, gracias a su reserva moral y al ejercicio de la ética.  

Recuerda Falgueras que Tomás de Aquino viene a completar este punto con su doctrina sobre la sindéresis: “la sindéresis es la presencia habitual a nuestra mente de la llamada del destino que nos permite saber qué es lo que está de acuerdo o en  desacuerdo con él en nuestras acciones”.

La sindéresis en Tomás de Aquino y Leonardo Polo

Hemos expuesto en diversos trabajos de qué modo entendía Tomás de Aquino el hábito de los primeros principios prácticos ó sindéresis. Para Tomás, del mismo modo que el pensamiento especulativo es regulado por un hábito de los primeros principios teóricos, el pensamiento práctico debía asimismo ser regulado por un hábito de los primeros principios prácticos. De modo que la conducta de la razón teórica o práctica siempre fuese acompañada habitualmente de unos principios inmediatamente conocidos. De este modo el hombre, como animal racional, se vería protegido por unos principios superiores al instinto, como requiere su naturaleza superior.    
      
        En resumen, podemos afirmar:

a)    La sindéresis dota de actividad a la esencia

Como hábito antropológico, origen de la conducta práctica del hombre, la sindéresis como ver-yo activa la inteligencia y la razón. Esa función la reservaba Aristóteles para el intelecto agente[14]. Pero, ese misterioso entender en acto Polo lo interpreta como un trascendental del acto de ser personal[15]. Es un acto permanente, pero su actividad la ejerce mediante chispazos o actos particulares, es decir, mediante hábitos. Uno de ellos, el de sindéresis, activará los actos de las facultades o potencias. Su sentido etimológico parece indicar esa función: ‘yo vigilo’, a fin de otorgar el acto en el momento conveniente. En concreto, ella es la que hace posible ese “darse cuenta” de la conciencia, aunque esté por medio la razón.

b)      La sindéresis es el hábito de los primeros principios morales o de ley natural.

En segundo lugar, podemos referirnos a los contenidos transmitidos en la activación. No todos los actos son iguales, sino que se distinguen por su forma. Tomás de Aquino afirma repetidamente que la sindéresis es el hábito que contiene los primeros principios de la ley natural, que son los primeros principios morales que llegan a la naturaleza para que guíen su actuación hacia el destino[16]. Por tanto, la sindéresis activa las potencias y les otorga un contenido muy preciso. Pero la razón tiene su propia actividad, el razonar, que pone en contacto sus conocimientos anteriores, sus experiencias del mundo exterior adquiridas mediante los sentidos, con las nuevas adquisiciones. Tomás de Aquino distingue un uso superior de la razón y otro inferior. La razón superior se relaciona con las verdades más altas que le vienen de los principios primeros y la elaboración u ordenación que va realizando con ellos, según sus propias leyes lógicas. Mientras que la inferior se nutre de los datos de los sentidos, tanto externos, provenientes del mundo ajeno al hombre, como internos, sentidos en su interior de modo derivado de los primeros. Todo esto lo elabora la razón. El de Aquino indica que, en sus operaciones propias, tanto la razón inferior como la superior pueden equivocarse. Según Tomás, el error nunca puede estar en la sindéresis, sino en las elaboraciones de la razón.

c) La sindéresis posee una capacidad correctora

Este hábito de sindéresis, procedente del entender personal, tiene además la capacidad de corregir el juicio último de la razón, que es el acto de conciencia, en el caso de que no lo haya elaborado debidamente, por ejemplo por no haberlo adecuado a la verdad de la cosa, y haya engañado a la conciencia. Habitualmente, hemos de repetir, la sindéresis vuelca sus contenidos en la razón y es ella, en su versión superior e inferior, la encargada de abastecer de ciencia a la conciencia. La conciencia se nutre de la ciencia racional. Si la conciencia falla en su cometido, solo la vigilancia de la sindéresis puede detectar que ha habido un error, aviso que capta de inmediato de nuevo la conciencia. Con esta nueva luz que le advierte, la razón puede revisar sus argumentos, ya sea la potencia de la misma persona o la razón de otras a las que puede acudir por entender que estarán menos contaminadas[17]. De este modo se puede rectificar el dictamen. Debe ser así, porque una misma facultad no puede ser a la vez la que yerra y la que rectifica. Eso solo puede hacerlo un hábito vigilante, el de sindéresis, en el que no cabe el error, según Tomás de Aquino. Ahora bien, el trabajo crítico debe operarlo la razón.

El bien y la realidad

El primero en señalar que el bien tiene asiento en la realidad, no en la mente, fue Aristóteles[18]. Tomás de Aquino le sigue en esto. El bien, enseña, tiene razón de fin, y de causa final. El fin es aquello por lo que algo o alguien obra. ¿Qué añade la razón de bien a la de fin? Que el bien es apetecible por algún aspecto formal o perfección. De hecho, las potencias naturales son atraídas por el bien. Pero toda perfección es acto, siendo el mismo acto la perfección de los bienes que contiene porque los hace reales. No todo ser es apetecido, sino aquel que tiene determinada bondad apreciable por determinado sujeto. Por tanto, el máximo ser será también máximo en perfección y atraerá hacia él a todos las personas racionales[19]

¿La voluntad solo se mueve por el bien? La respuesta es que así es, que los apetitos naturales se mueven por bienes reales, que podríamos llamar también bienes esenciales. La voluntad es así mismo un apetito natural y tiende a este tipo de bienes, pero puede moverse también por bienes aprehendidos racionalmente. Son bienes de tipo intelectual: culturales, científicos, económicos,  administrativos, etc. Todos tienen un carácter intencional, es decir, se refieren más o menos directa e inmediatamente al bien real. En concreto, son bienes mediales[20]. Cuando el hombre quiere algún bien real ordinariamente ha de poner en práctica algún medio para conseguirlo, y para ello tiene que pensar algún plan.

En otro lugar de la Summa se pregunta si la voluntad solo obra movida por fines. Y responde diciendo que se mueve por un fin o por aquello que es para el fin, es decir, que es medio para conseguirlo. De hecho, en estos casos los dos fines están objetivamente presentes, el final y el medial, aunque no lo están en los actos de la voluntad, siempre dirigidos a un solo fin. Si vamos a por ladrillos, no vamos a por la casa, sino a por los ladrillos. Otra cosa es que nos sirvan para hacer la casa.

En otros términos, la sindéresis es el hábito innato que activa y formaliza el ver-yo, con el que se conoce objetos, que son  verdades, y activa y formaliza el querer-yo, que atiende a realidades previamente conocidas por la inteligencia. Pero el querer-yo no se queda en las verdades u objetos, sino en las realidades a las que estos se refieren intencionalmente. Por eso decimos que quiere bienes, no verdades. Es decir, quiere el correspondiente real de lo indicado por la verdad del objeto, una vez que la voluntad lo considera como un bien a conseguir. La manzana que quiero y que me alimenta es la manzana real, no el concepto de manzana. Por otra parte, no todas las verdades son deseadas, a pesar del carácter intencional que tiene  nuestro conocimiento objetivo. Solo son deseados los bienes reales que necesitamos o que queremos, aunque previamente hayan tenido que ser conocidos y nominados de alguna manera.   

El bien al que se tiende puede ser un bien para el cuerpo o un bien para el espíritu. Serán bienes espirituales aquellos objetos y realidades orientados hacia el último fin o destino. Incluso los bienes destinados al cuerpo pueden ingresar en esa categoría espiritual si el espíritu los asume.

La voluntad

Lo que venimos diciendo acerca del bien requiere una cuestión previa: qué entendemos por voluntad, ¿es una facultad que participa de algún conocimiento o simplemente es una tendencia ciega del apetito superior? Para Tomás de Aquino la voluntad es una facultad del alma, una potencia. Siguiendo a Juan Damasceno, siendo una única potencia puede ejercer su acto de dos maneras distintas: sin ayuda de la razón (thelesis),  o con la ayuda de la razón (bulesis). En el primer caso tenemos la voluntas ut natura y en el segundo la voluntad ut ratio[21]. La primera, es una inclinación directa al bien, considerado en absoluto, y sería como la huella en la naturaleza humana del destino inscrito en la persona al ser creada, que se hará consciente en otro momento como llamada[22]

Para el profesor Polo la voluntad, en un primer momento, en cuanto voluntas ut natura, se constituye con la llegada a ella de la sindéresis[23]. Es entonces una pura potencia pasiva que guarda una relación trascendental con el bien, con todo bien, por tanto con el bien en absoluto. Tomás de Aquino señalaba que estaba dirigida ad unum, al bien absolutamente considerado, pero Polo prefiere indicar que por ser pura potencia pasiva está abierta a todo bien, a todo tipo de bienes, aún cuando todavía no se le hagan presentes. Intelecto y voluntad tienen su fin propio, distinto. El fin de la inteligencia es la verdad, y el de la voluntad el bien. Y del mismo modo que toda verdad aspira a conocer la verdad definitiva, también la voluntad pretende el bien último, aquel que hace bienes todos los medios que elegimos y que ponemos en práctica para alcanzarlo[24].

Para conseguir este bien real, la voluntad necesita, hemos dicho, medios y para ello acude a la razón práctica que es la que los puede dar. Entonces se convierte en voluntas ut ratio. La necesidad de intervenir en la realidad requiere que el hombre eche mano de las posibilidades de su esencia: en concreto a la inteligencia y la razón, que poseen la verdad objetiva de la realidad, a partir de la cual la razón práctica puede preparar una actuación eficaz[25]. Mediante la intentio, un acto de la voluntad, planeará los fines y medios (ambos mediales) y finalmente otro acto, el imperio o mandato realizará el plan, poniendo en juego toda su capacidad anímica y corporal en la acción práctica que Tomás llamaba uso[26].   

La conciencia moral

Llegamos al último punto de nuestro trabajo, la conciencia moral. Tomás de Aquino trata de ella especialmente en el II libro de las Sentencias, en el De Veritate y en la Summa Theologiae. En los dos últimos tratados presenta la conciencia como un “darse cuenta”: un darse cuenta que versa sobre si algo fue hecho o no, si se hará o no se hará, y si es bueno o malo.

El primer acto de conciencia que ejercemos es el de la conciencia sensible o sensorio común, por el que este sentido interno siente que los sentidos externos sienten. Pero aquí el acto de conciencia no se conmesura con el acto de sentir algo, propio de nuestros sentidos externos. Eso le corresponde a un acto intelectual, el primero de los actos de este tipo que el hombre puede ejercitar.  

Conocer es un acto. Tener conciencia de que se ha conocido, es el acto de conciencia, el acto intelectual más elemental que ejerce el hombre. Aunque en realidad habría que decir que es el acto de un hábito porque, según Polo, el conocimiento de actos es obra de hábitos. Y así es, efectivamente, nuestra conciencia ordinaria es habitual, y concomitante porque acompaña a nuestro conocer objetos. Por ella sabemos, precisamente, algo tan humano como es: que conocemos. Pero como este hábito de conciencia no es un hábito innato –no es desde luego la sindéresis-, ha de ser adquirido, y según la doctrina sobre los hábitos, para que los haya tiene que haber un primer acto que los origine.

Otra cosa es que queramos buscar un acto de conciencia en el que se capte nítidamente la adecuación y la simultaneidad que se da entre el acto de conocer y el objeto que es conocido, y por tanto la intencionalidad del conocer. Dar con él es algo que interesa especialmente a los filósofos. ¿Cuál sería ese acto? Esto ocurre, muestra Polo, en el caso de la circunferencia: al tener conciencia de que la estamos conociendo como puro objeto intelectual, es decir, abstraída del espacio y del tiempo, como “la igualdad en el cambio”. Pues bien, si hacemos el ejercicio intelectual correspondiente, tendremos conciencia de la adecuación entre “acto de conocer” la circunferencia y la “circunferencia como objeto puramente intelectual conocido”, de la simultaneidad y de la intencionalidad.[27]     

Tomás de Aquino indica que la conciencia conoce si ha obrado o no, si lo va a hacer y si algo es bueno o malo. Son actos distintos. Sobre la bondad o maldad habría que decir que juzga sobre la coherencia de la adaptación de un saber o doctrina a un caso particular. Y aunque los juicios pueden ser de distinto orden, según que las doctrinas sean jurídicas, científicas, etc., los juicios morales entran en este apartado. Queda claro que a la moral le interesan los actos conscientes, voluntarios, imputables a un sujeto concreto[28]. Veamos brevemente lo que ha escrito Tomás de Aquino sobre la conciencia moral.

a)      El II Libro de las Sentencias

En la disputa 24, cuestión 2, artículo 4 se plantea si la conciencia es acto. Y responde que sí, que es el acto que concluye el juicio en el que interviene la sindéresis inspirando los principios que provienen de la ley eterna, la razón superior y la inferior. La conclusión es obra de la conciencia, a la que llama quasi cum alio scientia, puesto que es un acto que aprovecha la ciencia que aporta la razón[29]. La razón elabora los principios constituyendo un saber, una ciencia. Por eso se llama también a la conciencia “dictamen de la razón”. Hay que obedecerla, nos dice el de Aquino, puesto que es la regla próxima de moralidad. E inmediatamente aborda el tema que es la piedra de toque de toda esta doctrina sobre la conciencia: su posibilidad de errar. Tomás afirma que el error siempre proviene de la razón. No puede provenir de la sindéresis, non propter synderesis errores, sed propter errores rationis; sicut patet in haeretico…quia ratio superior perversa est in hoc quod credit. Y eso que nos ha dicho que esta razón superior es poco propensa a errar por hallarse muy cerca de los principios. Pero puede hacerlo, y de hecho yerra.   

           En la cuestión siguiente insiste en el tema del error y vuelve a afirmar que no puede deberse a la sindéresis sino la razón, y esto puede ocurrir por varios motivos: o porque la razón superior no atiende a los principios adecuados; o porque no aplica acertadamente la lógica de la deducción; o bien porque las pasiones y la delectación de la voluntad influyen en la razón inferior[30].
      
      En el artículo 3 expone que la conciencia obliga al sujeto más que un precepto divino porque se presenta como su concreción. Y lo explica con un símil: si un rey mandase que su país fuese gobernado por el príncipe, podría ocurrir que este tomase medidas equivocadas. El pueblo tendría que seguirlas en virtud del mandato del rey, que ordenaba obedecer al príncipe. Siempre cabe que el rey las rectifique al comprobar el error. Del mismo modo, la conciencia obliga no por sí misma, sino por ser el cauce del precepto divino[31]. Si se equivoca, tendrá que ser rectificada por una mejor intelección del precepto que está contenido en la sindéresis y que la sindéresis misma transmite.  
       
       Habría que decir: tomando cartas en el asunto y dando nueva luz a la razón.  

b)  El tratado De Veritate

      Repite la procedencia del término con-ciencia y afirma que depende, en primera instancia, de la sindéresis: tota vis conscientiae examinantis vel consiliantis ex iudicio synderesis pendet, sicut tota veritas rationis speculativae pendet ex principiis primis[32]. Y también aquí nos explica que podemos ser conscientes, primero, de lo hecho o no hecho; segundo, de si es recto o no lo que se nos propone, y si ha de hacerse o no. Y compara el juicio práctico con la vía especulativa de la invención (via inventionis), que requiere el apoyo del hábito de ciencia y se sirve de las sensaciones y de la memoria, y entonces instiga, induce, liga. Y también con la vía del juicio (via iudicii), que tiene que ver con los hábitos de sindéresis y de sabiduría, también con el de ciencia, y entonces acusa, remuerde, o defiende y excusa. La conciencia, escribe, depende totalmente de la sindéresis, como también la razón. A veces se la llama sindéresis, pero no se la puede llamar así cuando yerra, porque el error no procede de la sindéresis sino de la aplicación que la conciencia hace de sus principios mediante la razón[33]
     
      En el artículo siguiente se plantea por qué la conciencia yerra. Y nos dice que puede ocurrir una de estas dos cosas: o bien que la intelección de la razón superior sea mal interpretada por la misma razón, o bien que la razón inferior engarce mal con los contenidos que le ofrece la razón superior, influida por los sentidos o las pasiones. Es cierto que la sindéresis, en cuanto scintilla, debería prender fuego a la conciencia, pero quien provoca ese fuego es la razón, que puede estar equivocada a causa de sus propios razonamientos o por los sentidos, movidos por intereses particulares[34].

       Examina a continuación si la conciencia errónea liga y responde que sí, pero siempre que no advierta el error. También puede ligar contra el precepto del superior. Pero todo ello lo hace impropiamente, en virtud de la fuerza y la claridad con que se suele manifestar la conciencia. De todos modos, la vigilancia de la sindéresis termina advirtiendo los fallos[35], como ya hemos dicho.

c)  La Suma Teológica

      En la primera parte, cuestión 79, artículo 13, vuelve a presentar la conciencia como  aplicación de la ciencia y cita los tres[36] momentos en que suele intervenir: si algo ha sido hecho o no; si lo que se va a hacer es bueno o no; si lo pasado ha estado bien hecho o no. También repite que a veces se le llama sindéresis, porque si la actuación es recta, deja entrever a la sindéresis y a la ley divina que a través de ella nos llega.

     En la prima secundae, cuestión 19 a 22, determina la relación entre la razón y la voluntad. Ratio eni m principium est humanorum et moralium actuum, nos dice en un primer momento. Ahora bien, esa afirmación hay que matizarla, porque quien entiende de bienes, si podemos hablar así, es la voluntad y no la razón. La razón instrumenta bienes una vez que la voluntad ha decidido qué tipo de bienes quiere. Simplex voluntas est idem quod voluntas ut natura, electio autem est idem quod voluntas ut ratio[37], escribe en otro momento. La razón se aplica en la elección de los medios. Por tanto, los bienes elaborados por la razón no son bienes por ser verdades de la razón, sino por ser verdades que se relacionan con bienes elegidos por la voluntad[38].

       Más adelante insiste el Aquinate en que hay fines próximos y fines últimos. A veces se puede cumplir el fin próximo pero no el último. También se mide la bondad de ese acto próximo por su eficacia, pero ese no es un criterio moral. El criterio definitivo sobre la bondad moral ha de venir de su ordenación al último fin. Por tanto, es pecado aquella acción que no está dirigida al fin último[39].

*          *          *

Resumimos lo reseñado en cinco puntos: primero, que la conciencia es el acto que aplica una ciencia, por lo que ella misma se reviste o se convierte en ciencia merced a la razón; segundo, que el error de la conciencia no proviene de la sindéresis sino, o bien de la razón superior (que es aquella que entiende los principios y los aplica), o de la inferior (que interpreta los resultados de los sentidos y de las ciencias y los pone en relación con la razón superior); tercero, el juez querido por Dios que dicta sobre la moralidad de los actos, es la conciencia; cuarto, que la conciencia puede errar, bien sea porque los datos que les facilita la razón están mal entendidos, o porque los argumentos que los aplican están mal construidos. Pero Dios ha previsto los medios para que rectifique.

Hagamos un alto en este punto. La pregunta siguiente debería ser: ¿cómo darnos cuenta de que hemos cometido un error? La contestación solo puede ser ésta: nos damos cuenta mediante otro acto de conciencia que supera el juicio anterior emitido. Ahora bien, ¿quién y cuando se dispara ese acto corrector de la conciencia? Y, ¿cómo prepararnos para advertir que hemos errado?

La contestación viene dada en el quinto punto, aún no expuesto, de este resumen: la inteligencia propone alguna verdad como bien a la voluntad, pero la voluntad no atiende principalmente a que se la ofrezca la razón, o al contenido teóricamente bondadoso que pueda tener, sino que mira si está dirigida al último fin. Por tanto, la voluntad atiende a los medios que elabora la razón práctica, pero solo aceptará como bien medial, aquel que reconozca como dirigido al fin. De modo que si la voluntad orientada por la razón puede fallar en la elección (voluntas ut ratio), la voluntad como naturaleza (voluntas ut natura), dirigida por la sindéresis hacia el fin último, no conoce fallos. Existe una vigilancia atenta del hábito de los principios morales a la aplicación que de ellos hace la razón y la conciencia, hasta el punto de que es capaz de protestar a través de la misma conciencia, de remorder sensiblemente, y dar más luz a la razón para que vuelva a reconsiderar su postura[40].

De este modo encontramos que el Aquinate nos conduce al tema que habíamos comenzado de la mano de Sócrates: al destino. El fin último es el único que puede marcar la bondad o la maldad de una acción medial, su acierto o su error. Por tanto,  hemos de concentrarnos en él, y observar si nuestros actos se ajustan a él. Este es el único modo de afinar en el juicio de la conciencia. Cuando se camina de noche por el campo, son las luces del pueblo las que nos hacen corregir el rumbo de nuestros pasos, si es que realmente queremos llegar a él. Del mismo modo, es la luz que emite el fin último, en definitiva Dios, la que debe orientar nuestros pasos vitales.

Ciencia moral y vivir ético

Habíamos sugerido anteriormente que el término “moral” parece aludir a las costumbres y a las normas que la experiencia ha ido recopilando en el pasado, mientras que el de “etica” indica mejor la actitud con la que hemos de afrontar el futuro.

Si seguimos esa terminología, bien sencilla por otra parte, resulta que todo hombre tiene su pequeño o gran sistema moral, mejor o peor construido, con una coherencia interna mejor o peor formalizada, de donde toma consejo para juzgar o para tomar los argumentos cara al futuro. Pero tiene también una actitud ética, valga la redundancia, más vital y más ligada al día a día, quizás menos pensada en términos de lógica o de coherencia teórica, pero más combativa. ¿Qué decir a propósito de esta ciencia moral y de este vivir ético  personal? 

Nos parece que la ciencia moral es indispensable. Que haya personas con formación doctrinal e histórica que estudien y sistematicen el cúmulo de experiencias vividas y lo ofrezcan a los demás, de modo sintético, es un trabajo generoso e impagable. Analizar las opiniones, las doctrinas que se han dado y se dan en la historia, es algo que nos llena de seguridad y tranquiliza nuestra conciencia. Pero ya dijimos que en la renovación de esta ciencia y en su correcta aplicación deben observarse algunas consideraciones.

La primera es que ninguna ciencia es ajena al avance cultural que experimenta cada época. Podemos poner el ejemplo del cambio de estilo de los escritos clásicos al modo de razonar escolástico; y el cambio posterior que ha abandonado el estilo escolástico para adoptar un estilo igualmente racional pero más abierto a múltiples consideraciones. Ello supone el uso atento de la razón, de la ciencia. La sindéresis, como advierte repetidamente el de Aquino, no puede fallar nunca, pero si puede quedar ahogada, sofocada por argumentos falseados. Es posible hoy en día se vean como naturales soluciones relativistas, y tenga que pasar cierto tiempo antes de que se entienda su falacia. Un cierto tiempo que, según nos enseña la historia, a veces resulta excesivamente largo.

Si la razón, inferior y superior, son los puntos en los que la conciencia puede llegar a ser errónea, el único procedimiento para acertar desde el principio, o cuando se tenga que rectificar, es estar muy atentos al hábito de sindéresis, que nos indica el fin último y vigila que la razón construya medios adecuados para llegar hasta él. Tomás de Aquino lo expresaba de este modo en la Summa: “Que la razón humana sea la regla de la voluntad humana, a partir de la cual se mide su bondad, se debe a la ley eterna, que es la razón divina. Por eso se dice en Sal 4, 6-7: Muchos dicen: "¿Quién nos mostrará el bien? Sobre nosotros ha sido impresa como un sello la luz de tu rostro, Señor". Como si dijera: "La luz de la razón que hay en nosotros puede mostrarnos el bien y regular nuestra voluntad, en la medida que es la luz de tu rostro, esto es, procedente de tu rostro". Por consiguiente, es claro que la bondad de la voluntad humana depende mucho más de la ley eterna que de la razón humana, y, cuando falla la razón humana, se debe recurrir a la ley eterna”. La sindéresis es el hábito que hace llegar esta ley eterna a la naturaleza, por tanto a la razón[41].

Tomás de Aquino llama a la conciencia hábito, al ponerla en conexión con la sindéresis. Pero habría que añadir que el ejercicio de la conciencia provoca otros hábitos, esta vez hábitos adquiridos, con los que se perfecciona. De ellos se nutren las virtudes, que son hábitos de la esencia humana. Leonardo Polo dice en su libro sobre la Ética que se ha de prestar atención a los principios, las normas y las virtudes. En este trabajo nos hemos ocupado de los principios, algo de las normas y muy poco de las virtudes. Las virtudes bien entendidas y llevadas a la práctica con entereza facilitan enormemente la vida ordinaria. Cuando se ejercen, ellas mismas proclaman su razón de ser y su ordenación al fin. Si no fuera así, entonces decaen.  

Hemos escrito más arriba que Tomás de Aquino indicaba que Dios, último fin, era querido como máximamente perfecto. En el contexto de lo que venimos tratando, conviene distinguir entre el último fin o destino que la persona se propone, y el Último Fin o Destino que llama a cada uno precisamente por ser él mismo persona. Es muy claro el planteamiento de Leonardo Polo en su Antropología[42]. El gran tema del entender humano es su identidad, el saber quién es él. Introducido en su intimidad, no la encuentra. O, mejor dicho, encuentra la solución de su pregunta: su acto de ser le ha sido dado. Quién se lo ha dado es el que guarda su intimidad, es decir, el que sabe a quien ha creado y qué espera de él. Esa es la búsqueda de identidad que interesa al hombre[43]. Por eso, precisamente, su origen es su fin, o bien, el encuentro con su Creador es conocer su fin, y realizarlo, infinitamente, es ir adquiriendo plenitud, identidad.

Esta búsqueda comienza en el tiempo, pero no acaba en él. Por tanto, nuestra existencia es una búsqueda de nuestro destino, del camino que nos lleve a quien es el Destino, en persona. En esta búsqueda, los principios morales –no los que nosotros construimos, sino los que recibimos por la sindéresis-, se muestran con claridad. Cuando la persona está apegada a los bienes inmediatos, entonces la conciencia se ve influida por argumentos prácticos, parciales, muy proclives antes o después al error. De ahí la necesidad las virtudes y de formar la razón. Pero, sobre todo, haremos bien en atender la voz de esa conciencia profunda que resulta ser el eco de los primeros principios morales –o éticos-, de la sindéresis. Eso ocurre cuando estamos pendientes de nuestro destino, es decir, del camino que hemos de recorrer hasta llegar al Destino[44].

Francisco Molina
Doctor en Filosofía
fmolina.s21@gmail.es





[1] I. FALGUERAS SALINAS, Hombre y destino, Eunsa, Pamplona 1998, 185. Y, “Destino, responsabilidad y ética”, en La ciudad de Dios, CLXXXIV (1983), 109-134.
[2] Según L. POLO esta naturaleza es tricausal, de modo que la eficiencia tiene como plataforma la materia y la forma. Ref. Curso de Teoría del Conocimiento, IV. Primera parte, Eunsa, 1984, 384.
[3] Moralmente es reprobable que una persona provoque su propia muerte.
[4] Hombre, 159-160.
[5] Ibíd., 164.
[6] Ibíd., 166. Cfr. L. POLO, Antropología trascendental, tomo I, La persona humana, Eunsa, 1999. La Libertad, parte III, apartado IV, 229-245.
[7] Hombre, 138. Vid. 136-138.  
[8] Ibíd., 149.
[9] Cfr., 157.
[10] “Sin el auxilio de Dios no se puede cumplir el proyecto humano”, advierte Falgueras. Cfr., 169, nota 56.
[11] Ibíd., 161.
[12] L. POLO, El hombre en la historia, Cuadernos de Anuario Filosófico, Serie Universitaria n. 207. Pamplona, 2008, 77.
[13] Ibíd., 81.                
[14] Tomás de Aquino decía en II Sent. dis 39, q 3, a 1, ad 2 acerca de la sindéresis: qui est aliud a superiori parte rationis, quia est supra totam rationem, y en el mismo lugar, dis 24, q 2, a 3 que: est quodammodo innatus menti nostrae ex ipso lumine intellectus agentis, sicut et habitus principiorum speculativorum. Y en el De Veritate, q 16, a3,  insiste en su relación con el intelecto agente cuando se pregunta si la sindéresis puede extinguirse en el hombre: Impossibile est quod siynderesis extinguatur: sicut impossibile est quod anima hominis privetur lumine intellectus agentis, per quod principia prima et in speculativis et in operativis nobis innotescunt; hoc enim lumen est de natura ipsius animae cum per hoc sit intellectualis.
[15] El intelecto agente es el trascendental ‘entender’. Polo propone que si hay trascendentales metafísicos, como se ha dicho en la tradición, tiene que haber un conocimiento trascendental que los conozca. De esto ha tratado Juan Fernando SELLÉS en “La correspondencia entre los trascendentales personales y los metafísicos según L. Polo”, en La antropología trascendental de Leonardo Polo, II Conversaciones, Unión Editorial, Madrid 2009, 127-151.
[16] Respecto a que la sindéresis es el hábito de los primeros principios de ley natural, cfr De Veritate q 16, a 1 ad 9: Ad nonum dicendum, quod synderesis neque nominat superiorem rationem neque inferiorem, sed aliquid communiter se habens ad utramque. In ipso enim habitu universalium principiorum iuris continentur quaedam quae pertinent ad rationes aeternas, ut hoc quod est deo esse obediendum; quaedam vero quae pertinent ad rationes inferiores, utpote secundum rationem esse vivendum.
Aliter autem synderesis dicitur incommutabilibus intendere et aliter ratio superior.
Dicitur enim aliquid incommutabile per incommutabilitatem naturae; et sic divina incommutabilia sunt. Et hoc modo ratio superior incommutabilibus dicitur inhaerere.
Dicitur etiam aliquid immutabile per necessitatem veritatis, quamvis etiam sit circa res secundum naturam mutabiles, sicut ista veritas: omne totum maius est sua parte, incommutabilis est etiam in mutabilibus rebus. Et hoc modo synderesis incommutabilibus inhaerere dicitur. Es similar a la doctrina expuesta en STh, I-II, 94,1.
[17] Vid. nota 29.  
[18] Metafísica, l. VI, c. 5 (BK 1027 b)
[19] Cfr. S.Th. I, 5, 1-6
[20] Ibíd., I-II, 8, 1.
[21] Ad primum ergo dicendum, quod thelesis secundum Damascenum est voluntas naturalis, quae scilicet in modum naturae movetur in aliquid secundum bonitatem absolutam in eo consideratam; bulesis autem est appetitus rationalis, qui movetur in aliquod bonum ex ordine alterius: et haec duo a magistro aliis nominibus dicuntur voluntas ut natura, et voluntas ut ratio: secundum quae tamen non diversificatur potentia voluntatis: quia diversitas ista est ex eo quod movemur in aliquid sine collatione, vel cum collatione. Conferre autem non est per se voluntatis, sed rationis. Unde illa divisio voluntatis non est per essentialia, sed per accidentalia: et propter hoc non sunt diversae potentiae, sed una differens secundum respectum ipsius ad apprehensionem praecedentem, quae potest esse cum collatione, vel sine collatione. In III Sent., d. 17, q. 1, a.1 C, ad 1. Esta misma doctrina la repite en STh., III, a. 3, 4 y 5; y hace alusión a ella más brevemente en De Veritate y en De Malo.
[22] También es posible que ello no ocurra, y sucede cuando la persona está totalmente volcada en los bienes mediales, y no atiende al fin que les hace ser realmente, profundamente, bienes.
[23] “La doctrina de Tomás de Aquino es acertada, pero conviene acentuar más la intervención de la sindéresis”, apunta Leonardo POLO en su Antropología trascendental II, La esencia de la persona humana, Eunsa, Pamplona 2003, 147. La razón la da en las páginas 145-7 y en la nota 87: la persona recibe de Dios el don de la existencia y también la posibilidad de responder al amor manifestado en el don, con amor. Pero sus dones de amor ha de ofrecerlos a través de su esencia, activada por la sindéresis.  En su respuesta mostrará la moralidad de sus actos. Si son rápidos, directos y adecuados es que han sido ayudados por las virtudes. En esto coincide también Polo con Tomás de Aquino. Sobre la sindéresis, cfr. L.POLO, Antropología I, 182-190. 
[24] Esta afirmación no coincide con el contenido de la cuarta vía tomista, de tinte platónico, ideal, no realista.
[25] Creemos suficiente subrayar el paso dado: el bien último lo elige la voluntad una vez invadida por la sindéresis, no por la razón. También los bienes intermedios, aunque presentados quizás por la razón, son interpretados como medios apropiados para el fin. A la hora de conseguirlos ha de mediar la razón, inducida por la prudencia y otras virtudes, siempre orientadas por el fin: el intermedio, que seguirá siendo válido a la luz del último. 
[26] Todo esto es tratado minuciosamente por Tomás de Aquino en  I-II, qq. 1-67, y por Leonardo Polo en la Segunda Parte de Antropología II, 94-245. Son temas que requieren un estudio profundo.
[27] L. POLO, Curso de teoría del conocimiento II, Eunsa, Pamplona 1989, 234-252.
[28] De ella se ha ocupado durante siglos la Teología moral, que ha llegado a realizar un análisis de importancia.
[29] Esto ocurre cuando se aplica a examinar si una conclusión puede derivarse de unas premisas, incluso elaboradas científicamente. Algunos moralistas quieren referir la expresión cum alio a la tradición de la Iglesia o al Magisterio. De este modo pretenden asegurar que el juicio de conciencia sea acertado. Pero Tomás de Aquino parece que se refiere a la doctrina inmediata que en el momento del juicio se tiene en la cabeza. La ciencia teórica puede ser todo lo perfecta que se quiera, pero el  error de apreciación se puede introducir en la razón en el momento de ejercer el acto de conciencia.
[30] II Sent, d 24, q 3, a 1 y ad 1; a 2 y ad 3, ad 4, ad 5.
[31] II Sent., d 24, q 3, a 3.
[32] De V., q 17, a 1 ad 1.
[33] Ibíd., q 17, a 1: natura in omnibus suis operibus bonum intendit, et conservationem eorum quae per operationem naturae fiunt; et ideo in omnibus naturae operibus semper principia sunt permanentia et immutabilia, et rectitudinem conservantia: principia enim manere oportet, ut dicitur in I phys.. Non enim posset esse aliqua firmitas vel certitudo in his quae sunt a principiis, nisi ipsa principia essent firmiter stabilita.
[34] Ibíd., a 2, ad 1 hasta el ad 7.
[35] Ibíd., a 3 y 4.
[36] En el apartado anterior, sobre el De Veritate, veíamos que reducía los tres momentos en que la conciencia interviene a dos, para poder asemejarlos a la via inventionis y a la via iudicii.
[37] III, 18,4
[38] I-II, 19, 1 y ad 1; 4; 6; 8; 9.
[39] Ibíd., 21, 1 y ad 2; 20, 1 y 2.
[40] Tota vis conscientiae examinantis vel consiliantis ex iudicio synderesis pendet, sicut tota veritas rationis speculativae pendet ex principiis primis. De Verit., q. 17,1,1ad 1
[41] En el estudio que sobre la ley natural ha hecho últimamente la Comisión Teológica Internacional, se lee: “La ley natural se define entonces como una participación de la ley eterna (ref. STh I-II,91,2). Está mediada, en un sentido, por las inclinaciones de la naturaleza, expresiones de la sabiduría creadora y, en otro sentido por la luz de la razón humana que las interpreta y que es, ella misma, una participación creada de la luz de la inteligencia divina” CTI, En busca de una ética universal: nueva perspectiva sobre la ley natural, BAC documentos, Madrid 2009, 65-148.
Pero hay que subrayar que la razón es potencia y la luz es acto, por lo que son realidades diferentes. La luz que da el acto a la razón es la sindéresis, según la propia doctrina tomista.
[42] Antropología I,  212-216.
[43] Una pista general, que hemos de personalizar, se nos ha dado a través del Hombre perfecto, Jesucristo
[44] En términos de vida espiritual, estamos reivindicando una intensa vida interior de unión con Dios, como único modo de garantizar el acierto y la rectificación de nuestros actos. 

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